La tendencia a la compasión a veces lleva a cometer actos extraños a los ojos de los demás. Al asomarme a la habitación de mis hermanos y verles jugar de ese modo tan raro para una niña (peleas de muñecos, carreras de coches... ya sabéis), me compadecía de los pobres desgraciados que recibían los golpes. En especial de uno. Se llevaba tal cantidad de porrazos, el pobre, por parte de un musculoso anabolizado rubio y semidesnudo rival, que me daba penita.
Así que la Monikiki lo arropaba, lo consolaba, lo envolvía en la toquilla y lo metía en el carrito junto al Tunene Tiritón (ton! ton!). Se lo llevaba de paseo al parque, allí lo daba de comer y le decía "No lloooores, hijito, no lloooores".
Mi madre se partía de risa, la mujer, viéndome llevarlo en brazos y acunarlo, darle la papilla y llamarlo hijito. Mis hermanos terminaban recuperándolo y sometiéndolo a otra intensa batalla de la que siempre, siempre, resultaba perdedor.
Lo perdí de vista, como tantos otros juguetes que cedían al paso del tiempo y a los trabajos a los que los niños los sometíamos. Pero, desde aquí, un llamamiento:
¿Dónde estás, hijo mío?


¡Hijo, tu mamá te espera con los brazos abiertos!
(PD: la historia relatada en este post es completamente verídica)
1 comentarios:
Por Dios, me parece brutal. ¿Quién no pensaba que Skeletor tenía más categoría que He-man?
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