"No estaba preparado para ver a la amortajadora en la puerta de su yurta. Ella le contó entre sollozos que en su ausencia uno de los hombres del mar se había aliviado en su esposa, entrando a traición al verlo salir.
― ¿Y eso qué tiene que ver contigo, maldita agorera?
Pero él sí sabía qué tenía que ver.
Ella estaba arrodillada en el centro de la tienda. Había prendido la lámpara de cuero y aceite, aquella en la que pintase una luna con tinta roja. Se cubría la piel desnuda con una de las mantas negras de becerro, y su cabello estaba enmarañado. Sólo cuando él se sentó ante ella, con el rostro desencajado, pudo ver la trenza de sedales que le colgaba de la boca.
― Pero... ― sollozó ― no hacía falta...
Su esposa lo miró con los ojos arrasados. Sí que lo hacía. Bajó la mirada, sobrecogido. Todas las palabras que se dijeran antes se le clavaron como hierro candente. Él no tenía fuerzas. Era capaz de empuñar la espada con fiereza y degollar al enemigo, podía cazar al gran felino de las praderas con sus manos tan sólo, pero en ese momento no podía ni levantar la mirada del suelo. Así que fue ella quien le enroscó en los dedos fuertes la cuerda.
― No quiero hacerlo ― gimió, sumergiéndose en las profundidades de los ojos oscuros y cálidos de su esposa. Las manos le temblaban.
― Por favor...
― No...
― Por favor... devuélveme mi honor, esposo mío. Devuélveme tu honor, mi luz y vida.
Aquellas palabras suplicantes lo golpearon como una tonelada de acero, dejándolo sin aliento. Miró a su esposa con determinación, con orgullo. Con dignidad. Le colocó una palma en el cuello, sosteniéndola.
Fue un tirón fuerte y decidido, no quería que ella sufriera más de lo que pedía su honor. El pequeño cuerpo desnudo se venció hacia delante con el violento impulso, y él la recibió en su hombro mientras las convulsiones la agitaban, con las manos retorcidas y los ojos vueltos. Estrechó entre los brazos fuertes a su esposa, que se ahogaba en la sangre que se le desbordaba borboteante por los labios, hasta que se detuvo por completo y yació laxa en sus manos. Y allí la dejó estar, mientras el sol se hundía en el mar de Rhûn, sintiendo cómo la sangre de su esposa se le secaba en la espalda y tiraba de su piel.
No escuchó a la amortajadora entrar, ni supo cuándo la retiraron fría y rígida de sus brazos para sacarla de allí. Se quedó vacío y quieto, mirando sin ver, llorando sin consuelo en soledad. Los hombres del este sí que lloran , a veces demasiado, hasta que los ojos se les abrasan y secan y no ven nada en mucho tiempo. Su hermana le había contado que por eso ellos tenían los ojos rasgados, para ayudar a las lágrimas en su camino. El torrente no paró en toda la noche mientras él apretaba en su palma el manojo trenzado de anzuelos, con tanta fuerza que su sangre se mezclaba con la de su esposa..."
3 comentarios:
Fantástico relato ... Acabo de leerlo completo y estoy impresionada ... maravillada ... Es increíble cómo en algo tan corto se ha podido crear semejante universo de emociones, de sensaciones, esa conexión entre los personajes a pesar de ser tan diferentes ... Mientras iba leyéndolo, las imágenes surgían en mi cabeza como si siempre hubieran estado ahí, tan claras, tan precisas, ... Sólo leyendo al profesor he conseguido crear imágenes con semejante nitidez ... Es un gran relato que muestra un gran talento ...
Silmaril
Bueno, preciosa (rubor, rubor), es sólo un fragmento del relato. Lo tienes en la página de la Comisión de Literatura (AKA Libro de Mazarbul, tienes el enlace entre los de la derecha), así que si te ha gustado el trozo, a por el completo!
Findûriel
No, no, si me refiero al completo ... jejeje. Despues de leer el fragmento varias veces, encontré el texto completo ... y al leerlo completo ha sido cuando me he quedado extasiada ... Ais, ese talento natural!! Lo que daría yo por un poquito ... un sorbito ... una migajita pequeña ... Pero ... no es lo mio, que le vamos a hacer ... tendré que seguir buscando para ver si encuentro algo que se me de medianamente bien ... jiji.
Silmaril
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