A veces un poco de lluvia no es lo que parece. La lluvia, que parece intocable, de repente se vuelve un peligro. Su rumor nos socava, su simple roce hace que nos lloren los ojos, las caricias de sus gotas nos queman la piel.
Y entonces sabemos que las nubes son urticantes, que las flores son venenosas. Todo aquello que surge de la contemplación de la belleza, entonces, es sumamente peligroso. Y aquí somos arrojados, para llorar y tocar, para llevarnos a la boca corolas y gotas, y encontrar el regusto amargo de las espinas y la ponzoña. Y volvernos adictos al dulce dolor de la pérdida de lo efímero, al placentero tormento que entraña escuchar de lejos, ver al otro lado del cristal, oler en la distancia un ramo de narcisos que prometen placeres mortíferos y suaves hojas de puñal en las entrañas.
Los ecos nos despiertan deseos que creíamos dormidos de dolor lacerante de caricias sinceras, de llagas producidas por el leve roce de unos labios, que con su calor y su aroma a amor verdadero nos dejaron una infección persistente a los antibióticos más potentes. Añoramos mientras, postrados en nuestros lechos de dolor y pestilencia, recordamos las garras cariñosas que nos desgarraron el vientre a base de zarpazos y ronroneos y nos dejaron al aire las tripas palpitantes.
Enfermedad curiosa la del amor...
Y entonces sabemos que las nubes son urticantes, que las flores son venenosas. Todo aquello que surge de la contemplación de la belleza, entonces, es sumamente peligroso. Y aquí somos arrojados, para llorar y tocar, para llevarnos a la boca corolas y gotas, y encontrar el regusto amargo de las espinas y la ponzoña. Y volvernos adictos al dulce dolor de la pérdida de lo efímero, al placentero tormento que entraña escuchar de lejos, ver al otro lado del cristal, oler en la distancia un ramo de narcisos que prometen placeres mortíferos y suaves hojas de puñal en las entrañas.
Los ecos nos despiertan deseos que creíamos dormidos de dolor lacerante de caricias sinceras, de llagas producidas por el leve roce de unos labios, que con su calor y su aroma a amor verdadero nos dejaron una infección persistente a los antibióticos más potentes. Añoramos mientras, postrados en nuestros lechos de dolor y pestilencia, recordamos las garras cariñosas que nos desgarraron el vientre a base de zarpazos y ronroneos y nos dejaron al aire las tripas palpitantes.
Enfermedad curiosa la del amor...
Findûriel, contando hacia atrás.
4 comentarios:
no podías resistirte, eh?
que gore has sido toa la vida, no puedes hablar de amor sin hablar de tripas... Pero te queremos igual.
Y yo que te entiendo ...
Silmaril, también de cuenta atrás (pero casi seguro que bastante más anticipadamente de lo previsto :D)
Estáis todos enfermos... xD
Amén, Findûs.
;*******
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