Edgar Allan Poe cumpliría hoy doscientos años. Conocido por muchos pero sabido por unos cuantos, en algún momento de nuestra vida nos hemos topado con este hábil articulista, profundo poeta y constructor modélico del relato corto.
Algunas cosas recuerdo de cuando comencé a leerlo. Hay un volumen grueso y marrón de sus 'Narraciones Extraordinarias' en mi casa, de estos con el canto ornado de dorados, dentro de una de las colecciones de literatura universal que comprara mi madre al poco de contraer matrimonio. Con el tiempo, he descubierto que los libros de esa colección fueron elegidos por una mano sabia y aguda ('Los miserables', 'La madre', 'Novela Picaresca', 'El conde de Montecristo', etc etc).
Este volumen estuvo en paradero desconocido para mí durante la tierna infancia, pero volvió a mi casa en la agitada preadolescencia. Resulta que había estado cogiendo serrín en el taller de mi padre, ya que él, en una lectura nocturna de cuando era camionero (mi padre no ha leído demasiados libros en su vida. Digamos que no ha leído ni siquiera los suficientes, no le gusta leer) descubrió 'El enterramiento prematuro' y ese relato lo impactó sobremanera. Yo, huelga decirlo, me lancé a la lectura de tal prodigio de historias cortas.
Luego llega el rimmel. Las camisas de cuadros. Los pendientes de calaveras. Eddie. Y, claro, una se encierra en sí misma como una ostra que roe en silencio una perla, y toma desde otro prisma los poemas y relatos de Poe. Incluso lleva 'The crow' escrito en los cartones centrales de su carpeta.
Algo más tarde, una lee ya de un modo caníbal, en busca de las múltiples caras de la palabra escrita. Entonces llegan las biografías, los artículos, y más tarde el estudio en las aulas universitarias. Poe se convierte en una vida fascinante, en un puzzle de palabras soberbio, en calles húmedas, opio y absenta, pero también en melancolía, western, trenes a vapor y piel amarillenta. Lo acuné y estudié, lo escuché, lo amé y lo odié. Ahora reposa en mi estante, de vez en cuando asaltado por unos dedos largos e inquisidores que buscan el pozo, el péndulo, a Ligea, al retrato, al espejo, al gato, las trenzas de la amante muerta, las esquinas de la Calle Usher, al señor Valdemar, a Anabel Lee, a las campanas, al amigo que en la agonía Poe buscaba para que lo disparara en la cabeza. La brillantez de su sarcasmo, los espectros de su vida, el amor por su esposa. Y sus cartas, una auténtica maravilla.
Y sé que aún me queda por descubrir todo un mundo de escritos. O los mismos, desde la prismática visión de la edad y la sabiduría.
¿Es que acaso así no son nuevos?
Findûriel, buscando a Morella.
Algunas cosas recuerdo de cuando comencé a leerlo. Hay un volumen grueso y marrón de sus 'Narraciones Extraordinarias' en mi casa, de estos con el canto ornado de dorados, dentro de una de las colecciones de literatura universal que comprara mi madre al poco de contraer matrimonio. Con el tiempo, he descubierto que los libros de esa colección fueron elegidos por una mano sabia y aguda ('Los miserables', 'La madre', 'Novela Picaresca', 'El conde de Montecristo', etc etc).
Este volumen estuvo en paradero desconocido para mí durante la tierna infancia, pero volvió a mi casa en la agitada preadolescencia. Resulta que había estado cogiendo serrín en el taller de mi padre, ya que él, en una lectura nocturna de cuando era camionero (mi padre no ha leído demasiados libros en su vida. Digamos que no ha leído ni siquiera los suficientes, no le gusta leer) descubrió 'El enterramiento prematuro' y ese relato lo impactó sobremanera. Yo, huelga decirlo, me lancé a la lectura de tal prodigio de historias cortas.
Luego llega el rimmel. Las camisas de cuadros. Los pendientes de calaveras. Eddie. Y, claro, una se encierra en sí misma como una ostra que roe en silencio una perla, y toma desde otro prisma los poemas y relatos de Poe. Incluso lleva 'The crow' escrito en los cartones centrales de su carpeta.
Algo más tarde, una lee ya de un modo caníbal, en busca de las múltiples caras de la palabra escrita. Entonces llegan las biografías, los artículos, y más tarde el estudio en las aulas universitarias. Poe se convierte en una vida fascinante, en un puzzle de palabras soberbio, en calles húmedas, opio y absenta, pero también en melancolía, western, trenes a vapor y piel amarillenta. Lo acuné y estudié, lo escuché, lo amé y lo odié. Ahora reposa en mi estante, de vez en cuando asaltado por unos dedos largos e inquisidores que buscan el pozo, el péndulo, a Ligea, al retrato, al espejo, al gato, las trenzas de la amante muerta, las esquinas de la Calle Usher, al señor Valdemar, a Anabel Lee, a las campanas, al amigo que en la agonía Poe buscaba para que lo disparara en la cabeza. La brillantez de su sarcasmo, los espectros de su vida, el amor por su esposa. Y sus cartas, una auténtica maravilla.
Y sé que aún me queda por descubrir todo un mundo de escritos. O los mismos, desde la prismática visión de la edad y la sabiduría.
¿Es que acaso así no son nuevos?
Findûriel, buscando a Morella.
8 comentarios:
Fascinante, sencillamente un escritor fascinante...
Feliz aniversario "poero" ^^
.
Findu, tengo un barril de Amontillado en la bodega... ¿quieres catarlo? ;)
Un besazo.
Amandil
Claro que sí, señor Amandil. Oh, veo que está haciendo reformas en la bodega, cuántos ladrillos, y cemento...
Hmmm, es que soy masón. :P
Mientras leía el post me venía a la cabeza todo el rato el corto de Vincent, jejeje.
Qué acongoje con la Casa Usher, diommío.
Chica, te has salido con este texto. Te voy a tener que poner una calle cuando me haga emperatriz del Universo. Una calle y una plaza, en la que los niños jueguen mientras los abuelos miran sentáus y a veces le tiran pan a las palomas y todo eso. ¿Qué tal te viene inaugurar los miércoles por la tarde?
Y bueno, yo camisas de cuadros y eso no, pero sí, también tuve mi reclusión y mis años de rumiaaar y rumiaaar lecturas. Vamos, como ahora xD. Una pena, con la edad del pavo cuando mi madre se estaba casando... Qué generación... ¿Qué nos han hecho?
Besacos, hermosa.
200 añetes...pues se conserva bien, hehe.
Poe fue el primer autor al que admiré y el que despertó mi curiosidad literaria. Gracias por hacerle este bonito homenaje.
Sipes, lo mismo digo. Sabía crear inquietud en el lector como nadie, eso desde luego...menudo acojone con muchos de sus relatos ;)
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