Llegamos al tercer día de estancia en las Islas Británicas, y habíamos decidido dedicarlo a visitar Oxford. Esa mañana me desperté bastante peor que el día anterior, daba penita verme (por favor, no tengáis muy en cuenta mi rostro en las fotos), pero tomamos el metro y nos fuimos a Paddington Station a por el tren.
Por cierto, la línea circular había tenido problemas por la rotura de un cable eléctrico, así que nos dio tiempo de sobra a terminarnos el café en la estación y mirar las perezosas palomas que buscaban migas en el andén. Ese día cogimos el metro en Queensway, una estación a la que puede accederse de dos formas: con ascensor o por las escaleras. Como esa vez bajábamos, tomamos las escaleras.
Había una escalera de caracol de más de cien peldaños sin descansillos. Francamente divertida :)
Hay dos formas (si no tienes coche o no quieres hacerlo a pie, como los trekkers) de llegar a Oxford desde Londres: con autobús o por tren. El autobús es mucho más barato que el tren, pero yo me mareo horriblemente en los autobuses y Guillem no concilia el sueño en los mismos (Guillem, en los viajes, duerme. Siempre. Se pierde muchas cosas por ello, pero es incapaz de mantenerse despierto), así que elegimos el tren. Creo que fueron tres o cuatro estaciones nada más lo que tuvimos que recorrer hasta Paddington, incluso comprobamos en el mapa que, si volvíamos muy tarde, podíamos llegar a pie sin problemas hasta el hotel.
La estación de Paddington es tremendamente bonita. Es de esas estaciones antiguas que se han renovado sin perder su scent, donde esperas ver a las damas victorianas con su sombrero de plumas de avestruz sacar el pañuelo de encaje del bolso para decir adiós al traqueteante tren de madera y vapor.
El trabajo previo de documentación corría de mi cargo, pero como estuve tan malita los días anteriores al viaje, no soportaba estar demasiado tiempo delante de la pantalla, así que íbamos con las 'manos vacías'. Fuimos primero a comprar los billetes (20 pounds each return ticket) y después buscamos una tienda de revistas. Allí compramos una mini guía de Oxford, más que nada para orientarnos (al final Guillem la hojeó un poco y se quedó dormido con ella en las manos, el muy gañán, sin dejármela ver más que un poco). Al salir de la tienda hallé algo ma-ra-vi-llo-so...
Jolines... os prometo que se me encogió el corazón de emoción. El Osito Paddington era una de mis series favoritas de la infancia, e incluso creo que tuve algún libro suyo. Claro, la estación de Paddington es donde lo encuentran, con la maleta y el cartelito de 'Por favor, cuiden de este oso. Gracias' que llevaban también algunos de los peluches y figuras del carrito.
Allí había de todo: peluches, libros, straps, pañuelos, cuadernos, pins, estatuas, ¡mermelada del osito Paddington! (porque a los osos les gusta la mermelada, y no olvidemos que Paddington viajó todo el camino desde Perú sólo comiendo mermelada...)
En fin, que de lo que más me arrepiento del viaje es de no haber comprado algo en ese puesto... ay, el osito Paddington, con su gorro y sus botas de agua, y la trenka o chubasquero azul...
Hallamos nuestro andén y nos subimos, teniendo en cuenta esta vez el sentido de la marcha inglés. Guillem se aplicó a la lectura y yo a los caramelos de hierbas y la medicina, para la que pedí un vasito de plástico al hombre del carrito de bebidas.
Eso es otra cosa que me sorprendió bastante de los trenes ingleses (lo había visto también en el Express del aeropuerto a Londres), que hay personas llevando un carrito de punta a punta del tren, como en los aviones, con bebidas (incluso calientes, como café o té), aperitivos, bollería, chuches, etcétera. Aquí la mayoría de trenes de media distancia no tienen ni siquiera máquinas de autoventa, y sólo son los de largo recorrido los que tienen cafetería.
Me dediqué a intentar retener la medicina en el estómago y a observar la verde, vasta y maravillosa campiña inglesa durante los escasos 40 minutos que tardó el tren en dejarnos en Oxford, tras dos paradas antes de bajar (una de ellas Reading, donde espero ir antes de morir o hacerme huraña al festival de música).
Hacía muy buen tiempo al llegar a Oxford, y la ciudad olía a prados mojados y a leña dulce. La primera impresión, al bajar del tren, fue muy buena. Las piedras me sonrieron, el aire me dejó ahíta, el verde y ocre de los árboles me saludaron con entusiasmo. Y no hagáis bromas con la medicación, que aunque era fuerte no me produjo ningún tipo de psicotropía.
Según nuestro mapa, si tomábamos la calle de enfrente a la estación y seguíamos recto, terminaríamos desembocando en Broad Street, donde estaba marcada la oficina de turismo. Caminamos a paso calmo y simpático por las calles, descubriendo pequeñas joyas en cada rincón.
Los edificios eran un auténtico placer visual, paladeamos Oxford con calma porque sabíamos que volveríamos en un futuro. Como yo no podía caminar mucho rato, lo hicimos todo con parsimonia, dejándonos encandilar por la ciudad.
Vimos multitud de personas en bicicleta, y carteles que animaban a la gente a usar ese medio de transporte. Y después de caminar unos escasos quince minutos, arribamos en Broad Street, intuyendo a lo lejos la 'i' universal de 'Información turística'.
Me he convertido en una turista bastante exigente con este tipo de servicios (deformación profesional) y he de decir que quedé bastante satisfecha con el servicio prestado en esta oficina. Lo primero que queríamos, siendo conscientes de que enseguida se haría de noche, era visitar el cementerio de Wolvercote. Muy amablemente, la informadora nos contó que no había un 'Cementerio de Wolvercote' propiamente dicho (cementerio propio de la localidad de Wolvercote), sino que había un cementerio al norte de la ciudad que recibía ese nombre. Nos facilitó un mapa de los autobuses, y cuando nos lo estaba explicando, se acercó otra informadora con la pregunta clave 'Vais a visitar la tumba de Tolkien, ¿no?'
Nos dijeron que cualquiera de los números 7 y 5 nos valían para subir, que en cuanto pasáramos la primera rotonda tocáramos al timbre de parada. El bus se tomaba muy cerca, al lado de la iglesita que habíamos visto al llegar.
Esta iglesita detrás tiene el Martyrs Memorial y de ahí parte la calle St Giles (sí, San Egidio xD). Donde estoy con la cámara es donde se cogen los buses para subir St Giles. El bus era carillo (unas dos libras veinte los dos billetes de ida y vuelta) y subimos la calle con el corazón en un puño. Las casitas eran una delicia, y vimos a través del cristal el Eagle & Child y el Lamb & Flag.
Tardamos unos quince minutos en llegar. La experiencia de tomar una rotonda por la izquierda es bastante chocante la primera vez. El bus paraba justo pasada la rotonda, y allí nos bajamos, con la luz mortecina del noviembre de Oxford. No muy lejos, en una farola, un cartelito modesto que señalaba la acera enfrente nuestro: 'Wolvercote Cemetery'.
Las vallas estaban cubiertas de hiedra, y todo estaba en silencio, excepto por algunos gorriones escondidos en las altas ramas de los árboles. A la entrada encontramos un edificio de recepción y un mapa del cementerio. Otro cartel anunciaba orgullosamente que el camposanto había recibido el premio al 'Mejor cementerio de Inglaterra' en dos ocasiones. A los pies de estos carteles, una simple señal de madera, del tamaño de una cuartilla...
El cementerio estaba dividido en zonas, según las confesiones. A la entrada también estaba la zona de enterramiento de los niños, en cuyas tumbas había multitud de cintas de colores, molinillos, juguetes, figuras y adornos. Era muy hermoso, a la vez de triste.
La parte judía del cementerio de Wolvercote.
Siguiendo la limpia vereda empedrada, rodeados del rumor de las hojas y de las gotas de lluvia, se llega a una capilla central y, detrás de la misma, la zona católica.
La tumba de John y Edith Tolkien es más pequeña de lo que me pensaba. Está labrada en granito gris claro, y es muy sencilla. Sobre la tierra, en un espacio de estrato, están plantados un rosal al que, cuando Guillem y yo llegamos, sólo le sobrevivía una semiescarchada rosa amarilla en las ramas casi desnudas de hojas, y una hiedra que escala grácilmente un costado de la lápida.
A los pies, multitud de ofrendas y dedicatorias dejadas allí por los admiradores del escritor. Collares, rosarios, anillos, relicarios, flores, dados, notas, colgantes...
Nosotros queríamos dejar allí una prenda muy especial. Entre octubre y noviembre se celebró el congreso anual de la Sociedad Tolkien Española, la EstelCon, organizada por la delegación de Valencia. Guillem y yo tuvimos el honor y la fortuna de compartir con ellos las labores organizativas, y vivir mano a mano con estos gigantes la experiencia de hacer posible un evento para casi 200 personas en el que la magia flotaba en el aire.
La delegación de Valencia, en términos de la STE, lleva el nombre de Edhellond. Los Puertos Grises, el último lugar de la Tierra Media que pisaban los elfos que partían a las Tierras Imperecederas. Y sus barcos, su enseña, llevaban el emblema y la forma de un cisne...
Estuvimos allí bastante rato, aspirando el aire húmedo del camposanto y emocionándonos en cada recuerdo apegado a la obra de Tolkien. Dos chiquillas también paseaban por el cementerio, y nos habían dejado a solas cuando llegamos. Después, al alejarnos con melancolía, vimos que ellas se acercaban a la tumba.
Se nos había hecho más de mediodía sin sentirlo, eran casi las dos. Tomamos de nuevo el autobús, con el alma un poco más descansada y el ánimo un poco más consolado, y buscamos un lugar para comer. Elegimos un italiano cerca de Broad Street, donde pude volver a tomar mi medicina ya que me estaba poniendo peor.
Aquel restaurante nos enseñó dos cosas. La primera, que cuando en Inglaterra describen un plato 'con un toque ligeramente picante', realmente quiere decir 'españolito, te vas a ir a tu casa con un piercing abrasivo en la lengua'. La segunda, que el sabor del queso frito siempre me retrotraerá a Oxford.
Cuando terminamos nuestra sobremesa, eran casi las cuatro. El cielo se había oscurecido, tanto, que las farolas se estaban encendiendo. Queríamos dar un paseo, pero se había puesto a llover bastante fuerte y yo estaba debilucha, así que el paseo fue cortísimo. Ay, estoy completa e irremediablemente enamorada de Oxford...
Volvimos por Conmarket Street, que estaba toda decorada de navidad, y ya llena de gente porque eran alrededor de las cinco y media de la tarde. Nos dimos cuenta de un dato muy curioso: había, al menos, cuatro sucursales del Banco Santander en Oxford. En High Street encontramos otro que añadir a los que ya conocíamos. Si nos chocó ver uno, imagináos cuatro, y en calles muy próximas.
Necesitábamos un sitio donde refugiarnos de la lluvia, tomar algo y calentarnos las manos... Así que nos encaminamos al mítico Eagle&Child, el pub donde solían reunirse los Inklings. Fue maravilloso entrar (aunque sonara música moderna).
Yo me tomé un Twinnings con leche y Guillem, una cerveza. Aprovechamos para brindar por Tolkien y los amigos ausentes, y hubo un momento de recuerdo para cada uno de los miembros del muy barroco, muy gamberro y muy disuelto smial de Tol Eressëa. Nos acordamos de ellos mucho durante la visita a la ciudad, y yo también me acordé mucho de Níniel, que estuvo allí estudiando inglés una temporadita y contaba cosas muy interesantes.
En la mesa de al lado, tres personas charlaban sobre communicative strategies, y casi se me saltó la lagrimita. Oxford es una ciudad maravillosa, bullente pero tranquila, antigua pero moderna, llena de olores y sabores interesantes, rincones inspiradores y un clima tranquilo y reflexivo de sano estudio.
Quiero volver, y quiero pasar tiempo allí. Ni mi salud ni las cortas horas del invierno le hicieron justicia. Pero Oxford me ha encandilado hasta las venas, y soy suya aunque no lo quiera. Mientras volvíamos en el tren, y en la noche, mientras devoraba mi pizza de speck & rocky, fui consciente de hasta dónde me había calado la hermosa ciudad de Oxford.
Por cierto, la línea circular había tenido problemas por la rotura de un cable eléctrico, así que nos dio tiempo de sobra a terminarnos el café en la estación y mirar las perezosas palomas que buscaban migas en el andén. Ese día cogimos el metro en Queensway, una estación a la que puede accederse de dos formas: con ascensor o por las escaleras. Como esa vez bajábamos, tomamos las escaleras.
Había una escalera de caracol de más de cien peldaños sin descansillos. Francamente divertida :)
Hay dos formas (si no tienes coche o no quieres hacerlo a pie, como los trekkers) de llegar a Oxford desde Londres: con autobús o por tren. El autobús es mucho más barato que el tren, pero yo me mareo horriblemente en los autobuses y Guillem no concilia el sueño en los mismos (Guillem, en los viajes, duerme. Siempre. Se pierde muchas cosas por ello, pero es incapaz de mantenerse despierto), así que elegimos el tren. Creo que fueron tres o cuatro estaciones nada más lo que tuvimos que recorrer hasta Paddington, incluso comprobamos en el mapa que, si volvíamos muy tarde, podíamos llegar a pie sin problemas hasta el hotel.
La estación de Paddington es tremendamente bonita. Es de esas estaciones antiguas que se han renovado sin perder su scent, donde esperas ver a las damas victorianas con su sombrero de plumas de avestruz sacar el pañuelo de encaje del bolso para decir adiós al traqueteante tren de madera y vapor.
El trabajo previo de documentación corría de mi cargo, pero como estuve tan malita los días anteriores al viaje, no soportaba estar demasiado tiempo delante de la pantalla, así que íbamos con las 'manos vacías'. Fuimos primero a comprar los billetes (20 pounds each return ticket) y después buscamos una tienda de revistas. Allí compramos una mini guía de Oxford, más que nada para orientarnos (al final Guillem la hojeó un poco y se quedó dormido con ella en las manos, el muy gañán, sin dejármela ver más que un poco). Al salir de la tienda hallé algo ma-ra-vi-llo-so...
Jolines... os prometo que se me encogió el corazón de emoción. El Osito Paddington era una de mis series favoritas de la infancia, e incluso creo que tuve algún libro suyo. Claro, la estación de Paddington es donde lo encuentran, con la maleta y el cartelito de 'Por favor, cuiden de este oso. Gracias' que llevaban también algunos de los peluches y figuras del carrito.
Allí había de todo: peluches, libros, straps, pañuelos, cuadernos, pins, estatuas, ¡mermelada del osito Paddington! (porque a los osos les gusta la mermelada, y no olvidemos que Paddington viajó todo el camino desde Perú sólo comiendo mermelada...)
En fin, que de lo que más me arrepiento del viaje es de no haber comprado algo en ese puesto... ay, el osito Paddington, con su gorro y sus botas de agua, y la trenka o chubasquero azul...
Hallamos nuestro andén y nos subimos, teniendo en cuenta esta vez el sentido de la marcha inglés. Guillem se aplicó a la lectura y yo a los caramelos de hierbas y la medicina, para la que pedí un vasito de plástico al hombre del carrito de bebidas.
Eso es otra cosa que me sorprendió bastante de los trenes ingleses (lo había visto también en el Express del aeropuerto a Londres), que hay personas llevando un carrito de punta a punta del tren, como en los aviones, con bebidas (incluso calientes, como café o té), aperitivos, bollería, chuches, etcétera. Aquí la mayoría de trenes de media distancia no tienen ni siquiera máquinas de autoventa, y sólo son los de largo recorrido los que tienen cafetería.
Me dediqué a intentar retener la medicina en el estómago y a observar la verde, vasta y maravillosa campiña inglesa durante los escasos 40 minutos que tardó el tren en dejarnos en Oxford, tras dos paradas antes de bajar (una de ellas Reading, donde espero ir antes de morir o hacerme huraña al festival de música).
Hacía muy buen tiempo al llegar a Oxford, y la ciudad olía a prados mojados y a leña dulce. La primera impresión, al bajar del tren, fue muy buena. Las piedras me sonrieron, el aire me dejó ahíta, el verde y ocre de los árboles me saludaron con entusiasmo. Y no hagáis bromas con la medicación, que aunque era fuerte no me produjo ningún tipo de psicotropía.
Según nuestro mapa, si tomábamos la calle de enfrente a la estación y seguíamos recto, terminaríamos desembocando en Broad Street, donde estaba marcada la oficina de turismo. Caminamos a paso calmo y simpático por las calles, descubriendo pequeñas joyas en cada rincón.
Los edificios eran un auténtico placer visual, paladeamos Oxford con calma porque sabíamos que volveríamos en un futuro. Como yo no podía caminar mucho rato, lo hicimos todo con parsimonia, dejándonos encandilar por la ciudad.
Vimos multitud de personas en bicicleta, y carteles que animaban a la gente a usar ese medio de transporte. Y después de caminar unos escasos quince minutos, arribamos en Broad Street, intuyendo a lo lejos la 'i' universal de 'Información turística'.
Broad Street más de cerca. Peatonal y para el paso de bicis. En la acera de la derecha se ve la 'i' de información turística.
Me he convertido en una turista bastante exigente con este tipo de servicios (deformación profesional) y he de decir que quedé bastante satisfecha con el servicio prestado en esta oficina. Lo primero que queríamos, siendo conscientes de que enseguida se haría de noche, era visitar el cementerio de Wolvercote. Muy amablemente, la informadora nos contó que no había un 'Cementerio de Wolvercote' propiamente dicho (cementerio propio de la localidad de Wolvercote), sino que había un cementerio al norte de la ciudad que recibía ese nombre. Nos facilitó un mapa de los autobuses, y cuando nos lo estaba explicando, se acercó otra informadora con la pregunta clave 'Vais a visitar la tumba de Tolkien, ¿no?'
Nos dijeron que cualquiera de los números 7 y 5 nos valían para subir, que en cuanto pasáramos la primera rotonda tocáramos al timbre de parada. El bus se tomaba muy cerca, al lado de la iglesita que habíamos visto al llegar.
Esta iglesita detrás tiene el Martyrs Memorial y de ahí parte la calle St Giles (sí, San Egidio xD). Donde estoy con la cámara es donde se cogen los buses para subir St Giles. El bus era carillo (unas dos libras veinte los dos billetes de ida y vuelta) y subimos la calle con el corazón en un puño. Las casitas eran una delicia, y vimos a través del cristal el Eagle & Child y el Lamb & Flag.
Tardamos unos quince minutos en llegar. La experiencia de tomar una rotonda por la izquierda es bastante chocante la primera vez. El bus paraba justo pasada la rotonda, y allí nos bajamos, con la luz mortecina del noviembre de Oxford. No muy lejos, en una farola, un cartelito modesto que señalaba la acera enfrente nuestro: 'Wolvercote Cemetery'.
Las vallas estaban cubiertas de hiedra, y todo estaba en silencio, excepto por algunos gorriones escondidos en las altas ramas de los árboles. A la entrada encontramos un edificio de recepción y un mapa del cementerio. Otro cartel anunciaba orgullosamente que el camposanto había recibido el premio al 'Mejor cementerio de Inglaterra' en dos ocasiones. A los pies de estos carteles, una simple señal de madera, del tamaño de una cuartilla...
El cementerio estaba dividido en zonas, según las confesiones. A la entrada también estaba la zona de enterramiento de los niños, en cuyas tumbas había multitud de cintas de colores, molinillos, juguetes, figuras y adornos. Era muy hermoso, a la vez de triste.
La parte judía del cementerio de Wolvercote.
Siguiendo la limpia vereda empedrada, rodeados del rumor de las hojas y de las gotas de lluvia, se llega a una capilla central y, detrás de la misma, la zona católica.
La tumba de John y Edith Tolkien es más pequeña de lo que me pensaba. Está labrada en granito gris claro, y es muy sencilla. Sobre la tierra, en un espacio de estrato, están plantados un rosal al que, cuando Guillem y yo llegamos, sólo le sobrevivía una semiescarchada rosa amarilla en las ramas casi desnudas de hojas, y una hiedra que escala grácilmente un costado de la lápida.
A los pies, multitud de ofrendas y dedicatorias dejadas allí por los admiradores del escritor. Collares, rosarios, anillos, relicarios, flores, dados, notas, colgantes...
Nosotros queríamos dejar allí una prenda muy especial. Entre octubre y noviembre se celebró el congreso anual de la Sociedad Tolkien Española, la EstelCon, organizada por la delegación de Valencia. Guillem y yo tuvimos el honor y la fortuna de compartir con ellos las labores organizativas, y vivir mano a mano con estos gigantes la experiencia de hacer posible un evento para casi 200 personas en el que la magia flotaba en el aire.
La delegación de Valencia, en términos de la STE, lleva el nombre de Edhellond. Los Puertos Grises, el último lugar de la Tierra Media que pisaban los elfos que partían a las Tierras Imperecederas. Y sus barcos, su enseña, llevaban el emblema y la forma de un cisne...
Estuvimos allí bastante rato, aspirando el aire húmedo del camposanto y emocionándonos en cada recuerdo apegado a la obra de Tolkien. Dos chiquillas también paseaban por el cementerio, y nos habían dejado a solas cuando llegamos. Después, al alejarnos con melancolía, vimos que ellas se acercaban a la tumba.
Se nos había hecho más de mediodía sin sentirlo, eran casi las dos. Tomamos de nuevo el autobús, con el alma un poco más descansada y el ánimo un poco más consolado, y buscamos un lugar para comer. Elegimos un italiano cerca de Broad Street, donde pude volver a tomar mi medicina ya que me estaba poniendo peor.
Aquel restaurante nos enseñó dos cosas. La primera, que cuando en Inglaterra describen un plato 'con un toque ligeramente picante', realmente quiere decir 'españolito, te vas a ir a tu casa con un piercing abrasivo en la lengua'. La segunda, que el sabor del queso frito siempre me retrotraerá a Oxford.
Cuando terminamos nuestra sobremesa, eran casi las cuatro. El cielo se había oscurecido, tanto, que las farolas se estaban encendiendo. Queríamos dar un paseo, pero se había puesto a llover bastante fuerte y yo estaba debilucha, así que el paseo fue cortísimo. Ay, estoy completa e irremediablemente enamorada de Oxford...
El Sheldonian Theatre, con las cabezas de sus duques
St Mary's Church. Entramos dentro, era preciosa. También se podía subir a la torre, pero yo estaba ya sin aliento y decidimos dar un rodeo y que me tomara un té.
Volvimos por Conmarket Street, que estaba toda decorada de navidad, y ya llena de gente porque eran alrededor de las cinco y media de la tarde. Nos dimos cuenta de un dato muy curioso: había, al menos, cuatro sucursales del Banco Santander en Oxford. En High Street encontramos otro que añadir a los que ya conocíamos. Si nos chocó ver uno, imagináos cuatro, y en calles muy próximas.
Necesitábamos un sitio donde refugiarnos de la lluvia, tomar algo y calentarnos las manos... Así que nos encaminamos al mítico Eagle&Child, el pub donde solían reunirse los Inklings. Fue maravilloso entrar (aunque sonara música moderna).
Encima de nuestras cabecitas, el contador de pintas y pies que se habían vendido la semana anterior :)
Yo me tomé un Twinnings con leche y Guillem, una cerveza. Aprovechamos para brindar por Tolkien y los amigos ausentes, y hubo un momento de recuerdo para cada uno de los miembros del muy barroco, muy gamberro y muy disuelto smial de Tol Eressëa. Nos acordamos de ellos mucho durante la visita a la ciudad, y yo también me acordé mucho de Níniel, que estuvo allí estudiando inglés una temporadita y contaba cosas muy interesantes.
En la mesa de al lado, tres personas charlaban sobre communicative strategies, y casi se me saltó la lagrimita. Oxford es una ciudad maravillosa, bullente pero tranquila, antigua pero moderna, llena de olores y sabores interesantes, rincones inspiradores y un clima tranquilo y reflexivo de sano estudio.
Quiero volver, y quiero pasar tiempo allí. Ni mi salud ni las cortas horas del invierno le hicieron justicia. Pero Oxford me ha encandilado hasta las venas, y soy suya aunque no lo quiera. Mientras volvíamos en el tren, y en la noche, mientras devoraba mi pizza de speck & rocky, fui consciente de hasta dónde me había calado la hermosa ciudad de Oxford.
5 comentarios:
Llevo siguiendo tus crónicas del viaje a Londres desde que las empezaste y decir que me resulta abrumador no ya solo lo que cuentas y lo que te comenta la mayoría, sino lo que parecíais saber de antes y la verad es que poco podía comentar al respecto salvo que es un viaje que tengo pendiente y que con tan excelentes crónicas y comentarios...¡me dais una envidiaca del copón!
Precioso me ha parecido el detalle que dejasteis en la tumba, precisamente uno de los motivos que más me empujan a hacer ese viaje algún día es visitarla.
Un besote :)
- ¿Y cómo es que no te compraste algo del osito Paddington? Yo no habría resistido la tentación :P La próxima vez date el capricho, mujer ^_^
- ¿Estás segura de que no te dio reacción la medicina? :P Bromas aparte, la tuya es la reacción más habitual cuando te internas en el Reino Unido.
- Oxford es una cucada y, pese a la existencia de McDonald's y cosas así, ha conseguido mantener de modo excelente su idiosincrasia, conservando su tradicional línea arquitectónica, lo que imprime a la ciudad un aire clásico único. Oxford es, posiblemente, una de las pocas ciudades que, sin tener monumentos significativos, consigue conquistarte por la totalidad de sus casas, barrios, iglesias, colleges...
- Cuando viajes a otros países, ya te darás cuenta de que el uso de la bicicleta se promueve muchísimo. Es más, incluso en Oxford te darías cuenta de que muchas de esas bicicletas ni siquiera llevaba candado o cadenas (en Amsterdam o Brujas, por ejemplo, es un fenómeno incluso más extendido -lo de que no sea necesario proteger tu bicicleta para que no te la roben-).
- Las tumbas de niños en Wolvercote hielan la sangre. Es imposible que no te emocione ver esas lápidas cubiertas de globos, molinillos e incluso juguetes. Es, como bien dices, una visión hermosa pero triste al mismo tiempo.
- A mí también me sorprendió lo sobria que es la tumba del matrimonio Tolkien, aunque reconozcamos que un monumento funerario no iba demasiado con su estilo. ¿Estaba todavía por ahí el libro que Pelargir le "regaló" hace un año? Lo dudo bastante, todo sea dicho, pero no pierdo nada por preguntar :P
- Vuestro detalle fue precioso ^_^ Estoy convencido de que a Tolkien le encantó, esté donde esté ^_^
- Las instantáneas son preciosas. Da igual que anochezca, llueva o nieve, Oxford siempre será una maravilla.
- El Banco Santander es una entidad bastante poderosa en el mundo anglosajón, sobre todo después de la crisis. se han hecho con el control de muchos otros bancos y entidades de crédito en EEUU y Reino Unido (la banca nunca pierde...).
- La próxima vez que vayas al Eagle&Child, que no se te olvide tomarte uno de sus magníficos postres. ¡Están deliciosos!
- No me extraña que te enamorases de Oxford. Es casi imposible no hacerlo ^_^ Ojalá estés mejor de salud la próxima vez que vayas ^_^
P.D.: ¿Muy disuelto smial de Tol Eressëa? ¡No me digas! :S
Lo de muy disuelto te lo explicaré la próxima vez que nos veamos Alberto. ;)
Findus, tienes ese maravilloso don de hacer que el lector realmente te ecompañe en tus narraciones. Me he sentido casi como si hubiese ido yo también a visitar la tumba del Profesor.
No me hagas esto, que se me han inundado los ojos de lágrimas, y te estoy leyendo desde el bar...^^
Oxford es preciosa, por lo que sabía, y por lo que tú cuentas.
Es uno de mis viajes pendientes que espero cumplir en 2011.
ahhhh...Qué delicia.
Magnífica crónica y fotos muy bien escogidas, se os ve regios, nada de mala cara como dices, eh?, jeje, me ha emocionado la parte de las tumbas y la ofrenda que dejasteis allí, que linda visita a Oxford siguiendo la estela de Tolkien y como guía los cisnes..gracias por compartirlo¡
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