A Noviembre hoy le duelen los ojos.
Realmente no son los ojos. Es el hueco donde van encajados. Ni siquiera la cuenca, sino el aire que hay en ella, ese aire que a veces le hace volver los globos oculares e intentar mirarse por dentro.
Hoy Noviembre ha estado en el doctor. Le ha mirado en las uñas, bajo las rodillas y entre los dedos de los pies. Luego le ha encajado un depresor lingual de sabor a fresa en la boca y, con algo parecido a una sonrisa, la ha enviado a casa.
A Noviembre no le gustan las sonrisas. Al menos no las sonrisas como la del doctor, toda dientes y nada de luz. Para sonreír con la boca, primero hay que hacerlo con los ojos. Y los ojos son tan listos que a veces pueden sonreír sin la boca. Pero no al revés.
Después la han dejado un rato sola. Para que volviera a leerse las manos y se limpiara de tactos ajenos. La Grande sabe que es así cómo se hace con Noviembre.
Noviembre se va a ir a acostar. Los días en que tiene doctor le cansan sobremanera. No le gustan los girasoles de la pared, ni el olor del autobús, ni los ancianos del pasillo, ni el chirriar de los zuecos de las enfermeras. No le gusta cómo le habla el médico, con ese tono reservado para los locos o los moribundos, y Noviembre no es ninguno de ellos. Todos le dicen al final lo mismo, pero Noviembre se calla y se arranca los padrastros. No tienen ni idea de lo que hablan.
Menos mal que La Grande sabe lo que ella necesita. Antes sólo había manos secas y sábanas desteñidas para cuidarla, o tratar de hacerlo. Pero La Grande cocina magdalenas de calabacín, o le calienta los pies, o la permite acariciar los perros de la calle cuando ha llegado la primavera y ya no tienen barro en el lomo. La Grande le descubre imágenes en movimiento que la hacen reír o llorar, le presta el sofá para que se acurruque o le empuja libros en las manos, aunque sabe que ella no sabe leer. La primera vez que vio la foto de una cebra, fue La Grande quien le enjugó las lágrimas.
Y ya casi duerme, Noviembre, en la franela y el olor a algodón de las sábanas que sí saben arroparla. Mañana puede que quiera un poco de lluvia, o un poco de nieve. Esta noche tratará de pedírselo a las nubes a ver si ellas la escuchan.
A veces lo hacen.
Realmente no son los ojos. Es el hueco donde van encajados. Ni siquiera la cuenca, sino el aire que hay en ella, ese aire que a veces le hace volver los globos oculares e intentar mirarse por dentro.
Hoy Noviembre ha estado en el doctor. Le ha mirado en las uñas, bajo las rodillas y entre los dedos de los pies. Luego le ha encajado un depresor lingual de sabor a fresa en la boca y, con algo parecido a una sonrisa, la ha enviado a casa.
A Noviembre no le gustan las sonrisas. Al menos no las sonrisas como la del doctor, toda dientes y nada de luz. Para sonreír con la boca, primero hay que hacerlo con los ojos. Y los ojos son tan listos que a veces pueden sonreír sin la boca. Pero no al revés.
Después la han dejado un rato sola. Para que volviera a leerse las manos y se limpiara de tactos ajenos. La Grande sabe que es así cómo se hace con Noviembre.
Noviembre se va a ir a acostar. Los días en que tiene doctor le cansan sobremanera. No le gustan los girasoles de la pared, ni el olor del autobús, ni los ancianos del pasillo, ni el chirriar de los zuecos de las enfermeras. No le gusta cómo le habla el médico, con ese tono reservado para los locos o los moribundos, y Noviembre no es ninguno de ellos. Todos le dicen al final lo mismo, pero Noviembre se calla y se arranca los padrastros. No tienen ni idea de lo que hablan.
Menos mal que La Grande sabe lo que ella necesita. Antes sólo había manos secas y sábanas desteñidas para cuidarla, o tratar de hacerlo. Pero La Grande cocina magdalenas de calabacín, o le calienta los pies, o la permite acariciar los perros de la calle cuando ha llegado la primavera y ya no tienen barro en el lomo. La Grande le descubre imágenes en movimiento que la hacen reír o llorar, le presta el sofá para que se acurruque o le empuja libros en las manos, aunque sabe que ella no sabe leer. La primera vez que vio la foto de una cebra, fue La Grande quien le enjugó las lágrimas.
Y ya casi duerme, Noviembre, en la franela y el olor a algodón de las sábanas que sí saben arroparla. Mañana puede que quiera un poco de lluvia, o un poco de nieve. Esta noche tratará de pedírselo a las nubes a ver si ellas la escuchan.
A veces lo hacen.
5 comentarios:
¡Qué bonito! :-)
Precioso Hatsu, lo has bordado.
Muchas gracias, guapetonas. Noviembre ya tiene dos entradas, a ver si prontito se vuelve una costumbre y la vais conociendo mejor :D
Un post delicioso.
Jo que bonito!!! ^^
Publicar un comentario