Hace tiempo que lo cerraron. El acceso a la ronda delantera del hotel, cerca de mi casa. Antes usábamos esa carretera en nuestro camino hacia el instituto. Decenas de chicos, chicas, madres, niños... pasábamos enfrente de la puerta del lujoso restaurante, donde un portero con gorra de plato, tan hierático como una gárgola, nos observaba con indolencia.
Pusieron dos juegos de puertas de metal. Unas a un extremo, las otras al otro, para cerrarnos el camino y que no pudiésemos pasar por delante del magnífico restaurante, pobres ricachones, qué van a pensar de este establecimiento si ven a esta chusma cruzar el aparcamiento. El primer día fue la sorpresa. El segundo, el desconcierto. El tercero, el conformismo. Pero el carácter de los segovianos, duro como las tierras del cereal, no se doblega ante cosas como estas.
Es verdad que hay una acera, que transcurre junto a la carretera, trazando una larguísima curva, sesgada en varios puntos por entradas y salidas de Mercedes Benz sin señalizar. Porque además de ricachos, los clientes son abusones. Nos miran como si fuésemos ovejas que se les cruzan en un rally.
Si querían ovejas las han conseguido.
Primero fue uno, después otro, hasta crear la vereda. En la parte exterior de la verja del hotel hay una especie de jardín, que corresponde a terreno municipal, que separa las altas vallas de la hipocresía, de la acera del conformismo. Un pie, Dos manos, Un alma atada al terruño. Y poco a poco, golpe a golpe de suela, las ovejas que conforman el pueblo llano han ido hollando, marcando, secando y creando. La nueva vereda, que acorta el camino y busca sombra en los árboles del jardín, es ahora dorada. No lleva a OZ, pero casi. Porque en su callada existencia, en su trazado sinuoso, se han marcado los pies del pueblo segoviano. En silencio, en paz. Jóvenes, viejos, niños, madres. Todos hacemos día a día el camino, la culebra de tierra que afirma nuestra identidad, nuestra voluntad. Caminamos por el jardín trazando la curva de la cultura popular, segovianos nosotros y venidos de otras tierras, pero también segovianos. Porque en una tierra como esta, de andariegos, caminantes, esquiladores, trashumantes, carboneros, resineros... ¿qué supone una valla retorcida y pintada de negro para arrebatarnos la libertad del camino propio?
Aún sigue en la puerta la gárgola, reluciente y quieta como siempre. Pero no dice nada. Quién sabe si en las noches solitarias del hotel no sale en silencio de su hornacina, para construir él también, segoviano, el camino de baldosas amarillas.
Pusieron dos juegos de puertas de metal. Unas a un extremo, las otras al otro, para cerrarnos el camino y que no pudiésemos pasar por delante del magnífico restaurante, pobres ricachones, qué van a pensar de este establecimiento si ven a esta chusma cruzar el aparcamiento. El primer día fue la sorpresa. El segundo, el desconcierto. El tercero, el conformismo. Pero el carácter de los segovianos, duro como las tierras del cereal, no se doblega ante cosas como estas.
Es verdad que hay una acera, que transcurre junto a la carretera, trazando una larguísima curva, sesgada en varios puntos por entradas y salidas de Mercedes Benz sin señalizar. Porque además de ricachos, los clientes son abusones. Nos miran como si fuésemos ovejas que se les cruzan en un rally.
Si querían ovejas las han conseguido.
Primero fue uno, después otro, hasta crear la vereda. En la parte exterior de la verja del hotel hay una especie de jardín, que corresponde a terreno municipal, que separa las altas vallas de la hipocresía, de la acera del conformismo. Un pie, Dos manos, Un alma atada al terruño. Y poco a poco, golpe a golpe de suela, las ovejas que conforman el pueblo llano han ido hollando, marcando, secando y creando. La nueva vereda, que acorta el camino y busca sombra en los árboles del jardín, es ahora dorada. No lleva a OZ, pero casi. Porque en su callada existencia, en su trazado sinuoso, se han marcado los pies del pueblo segoviano. En silencio, en paz. Jóvenes, viejos, niños, madres. Todos hacemos día a día el camino, la culebra de tierra que afirma nuestra identidad, nuestra voluntad. Caminamos por el jardín trazando la curva de la cultura popular, segovianos nosotros y venidos de otras tierras, pero también segovianos. Porque en una tierra como esta, de andariegos, caminantes, esquiladores, trashumantes, carboneros, resineros... ¿qué supone una valla retorcida y pintada de negro para arrebatarnos la libertad del camino propio?
Aún sigue en la puerta la gárgola, reluciente y quieta como siempre. Pero no dice nada. Quién sabe si en las noches solitarias del hotel no sale en silencio de su hornacina, para construir él también, segoviano, el camino de baldosas amarillas.
Zapatéate, serranahasta que rompas el sueloque si rompes los zapatosyo te compraré unos nuevos.
1 comentarios:
Hola primi! Tras decirme ayer que tenías un blog, no he podido resistir la tentación de curiosear (sabes que soy muy curiosa) y he tenido que leerlo todo todo. Cada cosa que escribes, con esa sensibilidad tan increíble que tienes, que es lo que te hace ser alguien tan especial, me ha llegado al alma. Creo que ha quedado claro quién tiene talento de verdad en la familila y, como te dije ayer, llegarás a ser conocida por hacer algo increíble y yo te seguiré queriendo igual y seguiré estando orgullosa de tí como ahora, como siempre, porque siempre has estado conmigo enseñándome las grandes alegrías y los grandes misterios que encierra la vida. Pero de todo lo que he leído, esta entrada es la que más me ha emocionado. Supongo que es porque, aunque madrileña de nacimiento y orgullosa de serlo (aunque sé que eso no me lo perdonas), también soy segoviana, mis raíces están ahí, siempre han estado ahí y siempre estarán ahí, y estoy muy orgullosa de ellas, de dónde vengo. Y lo estoy porque sé que todo eso, esas raíces, es lo que forjan el carácter, ese carácter que ha hecho que los segovianos hayáis vuelto a ganar ese territorio que ricachones sin escrúpulos, pretenciosos, prepotentes y engreídos habían usurpado. Y ese carácter, ese luchar con la vida y por la vida, es lo que me ha ayudado a mí a seguir adelante, saliendo de todos mis agujeros, salvando todas mis precipicios, esquivando todas mis zancadillas y venciendo a todos mis demonios.
Gracias prima por todo. Gracias por existir y ser tan maravillosa como eres. Gracias por quererme.
Te quiere tu prima, SILMARIL
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